Valladolid a Tudela de Duero
Tudela de Duero from Valladolid: https://www.youtube.com/playlist?list=PL3GJ0LYTkzqb5WscjMhAVkf2Vv0a8OvW3
La vida está llena de rutinas, hábitos que no debemos cargar de significado peyorativo, a menudo “culpables” de que sigamos vivas, cuántas veces nos vemos “desarmadas” sin ellas.
El whatsapp de “Caminantes”, otro domingo más, nos congrega a un grupo de trece “atrevidas” (: xx?; xx?; xx; ; xx; xx; xx; xx; xx; xx; Girish; Tomás y Ángel), ante la Antigua Cárcel de Valladolid para disfrutar, en amistad, del cuerpo en movimiento y de la alegría compartida, con la incipiente primavera. Nuestra meta: Tudela de Duero, simple escusa, lo que importa es el camino y allá vamos.
Produce un poco de “vértigo” competir con la fuerza de la imagen, ahora que todo lo fotografiamos. Pero, consciente de la belleza y de la profundidad de las palabras, me arriesgo a jugar con ellas y “pintar” así un atrevido esbozo de la jornada.
Son las nueve, es la hora señalada. La mañana es bella y soleada, aunque aún aterida. Con puntualidad nórdica, a la sombra de los viejos muros de la antigua Cárcel, vamos congregándonos las trece citadas. Saludos y caras de alegría. Los minutos de cortesía decidimos pasarlos al sol.
Estamos todas. Mientras damos tiempo a que posibles olvidadas de comunicarlo por whatsapp se animen a acompañarnos, como animador de la jornada, resumo el itinerario y remarco la importancia de mantener, como siempre, el espíritu de “Caminantes”. Con suerte podremos tomar un café en la urbanización de Casasola, advierto, pues, salvo Casasola, hasta Tudela todo será naturaleza viva.
No hay olvidadas. Es hora de partir. El sol, imparable, lleva dos horas alejándose del alba. Octavio busca, sin éxito, una panadería abierta. Un grupo de ciclistas ataviados, desconocidos tras los cascos, esperan a sus colegas de ruta.
Nos dirigimos hacia el apeadero. El Esgueva, salpicado de patos azulones emparejados, acarrea sus aguas lentas. Es domingo y la ciudad lo nota, ausencia de prisas, sueños retomados en un día sin tareas.
Al final de la Avenida del Esgueva, un grupo de policías municipales parece controlar el entorno de un bar de copas.
El apeadero es hoy lugar de paso, testigo mudo, en otras fechas los “Caminantes” de turno lo veían tras los cristales desde alguno de sus vagones. Su túnel luce grafitis, de colores, no muy afortunados. Es pasable su estado de limpieza.
Abandonamos la carretera que se dirige hacia Renedo de Esgueva y nos metemos en el Tomillo. A nuestra derecha dejamos el centro deportivo Tomillo, a cargo del Ayuntamiento, con campos de fútbol y de baloncesto.
El Tomillo es una zona “abandonada y salvaje” en la que muchos vecinos del Barrio de Belén, nacidos en torno a los sesenta, tuvieron vivencias de pandillas, como niños o adolescentes. Hoy este lugar es reivindicado para que el Ayuntamiento lo convierta en lugar de encuentro y de recreo.
Al tomar esta senda, aparecen por el suelo restos del comercio de las profesionales del sexo, aunque últimamente el mayor control policial hace que estas prácticas hayan disminuido por la zona.
Fuera de la ciudad, la primavera asoma con fuerza. Los almendros, retorcidos y viejos, nos acompañan por la senda del Tomillo, despojados ya de sus pétalos blancos que cubren el suelo. Pero aún persiste el olor fresco y dulzón de sus flores. Los chopos, también viejos y secos, nos muestran sus troncos carcomidos y tronchados, (imitando en el incipiente verdor de alguna de sus ramas al olmo viejo de Machado), como espíritus fantasmales de un pasado cercano recordando que también ellos se vestían de esperanza en primavera.
Además de esos almendros y chopos referidos, por el tomillo crecen, entre su abandono, rosales silvestres (que aún duermen el letargo invernal); espinos albares con brotes alegres y pujantes que pronto lucirán con orgullo sus blancos y olorosos vestidos. Las margaritas y los dientes de león, como pequeñas sonrisas a nuestro paso, también forman parte de la esperanza de este rincón llamado Tomillo.
Vecino del Barrio de Belén, aunque sin raíces, como “inmigrante” desde los años ochenta, quiero hacer referencia a un pequeño “huerto” del “Botón rojo”, con el objetivo de dar a conocer este lugar abandonado del Tomillo y reforzar los lazos de grupo. Este pequeño huerto es un conjunto de cipreses y brezos, colocados en semicírculo, que el referido “Botón Rojo” plantamos la primavera del 2018.
Decir también que un grupo de ecologistas, con la colaboración de vecinos del Barrio de Belén y de barrios vecinos, han plantado, en los últimos años, árboles autóctonos, como la encina y el roble.
Ojalá estos gestos puntuales y la lucha vecinal por dignificar el Tomillo sean fuerza suficiente para que los ediles de turno se lo tomen en serio y, con un planificado estudio, hagan realidad el sueño del disfrute agradable y seguro de este entorno cercano, accesible y lleno de recuerdos.
Dejamos el Tomillo y nos dirigimos hacia el Canal del Duero. Antes debemos de cruzar la circunvalación y un tramo corto de la carretera hacia Renedo. A nuestra derecha un Vivero de Plantas, muy conocido en la ciudad, ubicado hace años en la Avenida de Santander.
Para evitar sobresaltos y caminar seguros lo hacemos por la cuneta y por una finca sembrada de lavanda, que aún conserva sus plantas viejas. Una inevitable reseña, a lo largo de la cuneta nos sonrojan e increpan decenas de desperdicios, no biodegradables, que la afean y nos señalan con su dedo acusador. Estos desperdicios no han nacido espontáneamente, como margaritas o dientes de león, hemos sido “nosotras” y algo tendremos que hacer para que estos malos hábitos desaparezcan.
Estamos todas “a salvo”. Respiramos aliviadas. Tenemos a nuestra derecha el Canal del Duero, bueno Tomás lo tiene a su izquierda. Hasta Tudela no pisaremos más asfalto que un poquito, sin peligro, cuando crucemos la Urbanización de Casasola.
Otra reseña que, todo hay que decirlo, no deja de ser curiosa, si tenemos en cuenta que, todas, las trece, “alardeamos” de formar parte de “Caminantes”, dispuestas a patear todo lo que se nos ponga por delante, más si está cerca de donde vivimos, como es el caso. La curiosa reseña es que, de las trece, sólo Tomás y Ángel conocíamos previamente este tramo del canal. Digo curiosa porque este Canal del Duero está relativamente muy cerca de Valladolid. Desde el apeadero, por poner de referencia un punto bien conocido, no dista dos kilómetros. Si a eso añadimos el atractivo que el canal tiene, podemos afirmar que nos queda mucho por conocer cerca de nuestra “casa”.
Desde el inicio de este tramo del Canal del Duero, entre la carretera de Renedo de Esgueva y el río Esgueva, hay una distancia de tres kilómetros.
El brote primaveral en él repite lo dicho del tomillo, algo más jóvenes sus almendros y sus chopos, pero también heridos de muerte y de abandono. Aquí nos acompañan también algunos endrinales, zarzamoras y madreselvas, aún sin flores. Algún álamo joven con su corteza blanquecina. Los jóvenes sauces llorones, con su forma de lámpara o de fuegos de artificio, lucen sus nuevas hojas en las ramas que, como lágrimas, se inclinan hacia el suelo envueltas en su verdor. Todo esto sucede gracias a nuestra madre Tierra que, generosa como nadie, se llena y se desborda de esperanza en cada primavera.
También la fauna salvaje adorna esta ribera. Una pareja de patos azulejos, a pesar de nuestra cercana y numerosa presencia, nada vigilante pero no levanta el vuelo. Alguna no conocía que el más atractivo, el que luce colores azulones con reflejos verdosos, es el macho y, de tamaño, algo mayor. La hembra luce plumas pardas o marrones. A raíz de este “aprendizaje” surgieron algunos comentarios sobre diferentes especies.
El cauce del canal en estas fechas lleva muy poca agua. No es época de riego, su única función. Quizás por eso vemos al pasar, en el fondo o fuera, al lado del camino, gran cantidad de mejillones tigre o algo parecido a almejas, desconozco el nombre científico. No son comestibles, dijo alguien, si no no estarían ahí, ya las habríamos llevado para casa. No, no son comestibles y además son causantes, dada su gran proliferación, de muchos problemas en las canalizaciones de riego taponando las conducciones.
Así, lentamente, paso a paso, las trece, vamos dando fe de este tramo del canal, lleno de belleza y abandono que merece ser contemplado en cualquier época. A mí siempre me cautivó, desde el primer día, el último tramo, el más cercano al Esgueva, el cual está adornado con dos hileras de chopos que abrazan sus orillas, rectos, como velas, se elevan hacia el cielo cual saetas en busca de la luz y de ese añil intenso que tantos días viste el cielo de estas tierras. Y las aguas quietas del canal, enamoradas, repiten con esmero su invertida silueta.
Avanza la mañana. No mostramos prisas, aunque el camino es largo, o, quizás por eso. Llegamos al Esgueva. El canal se interrumpe o, mejor, se “esconde”. Cruza el río por una tubería sumergida que, por el sistema de vasos comunicantes, lleva las aguas al otro lado del Esgueva.
Estamos a seis kilómetros de Valladolid por la senda verde. Caminamos unos metros río arriba y cruzamos por un puente de madera en dirección a Casasola.
Dejamos a nuestra izquierda el Centro de Interpretación del Valle Esgueva, su actividad parece escasa. Atrás quedaron los sueños inviables de alquiler de bicicletas y otras actividades que casi nacieron muertas, a juzgar por el escaso uso que de ellas se hicieron.
Son casi las once cuando llegamos al chiringuito situado en el paseo central que divide la urbanización de Casasola. Tenemos suerte, está abierto. Octavio celebra que haya llegado el panadero. Juntamos dos mesas y nos sentamos las trece en torno suyo. Unas toman cerveza, alguien se atreve con un verdejo y otras un café. Por sana costumbre, cada una pagamos nuestra consumición. Como animador de la marcha sugiero reiniciarla a las once y cuarto, sin agobios pero sin olvidar que aún queda un largo trecho.
En la charla distendida en torno a las mesas del chiringuito, alguien, por simple curiosidad, hace mención de lo que cuestan las diferentes consumiciones. El café un euro diez, dice. Girish, natural de la India, le mira extrañado. A mí me han cobrado un euro cuarenta, responde. Tiene que ser un error, opinamos el resto. Lo tienes que reclamar le decimos casi a coro. Girish, hombre pacífico y de carácter tranquilo, se niega. Estoy acostumbrado, me ha sucedido muchas veces, responde resignado. No puede ser, insistimos indignados. Debes reclamarlo, no podemos aceptar que sólo por ser diferente te cobren de más, es una gran injusticia que debemos denunciar siempre que suceda. Tras esta “discusión” por fin convencimos a Girish para que me acompañara a reclamarlo a la chica que le había servido. Nos acercamos a la barra, sólo había un hombre atendiendo. Le pregunté por la chica que le sirvió a Girish, la llamó, ella salió de la cocina y Girish le comunicó lo que le había sucedido. Ella le dijo que lo sentía, que había sido un error. La reacción de la chica era la esperada, siempre quedará la duda, pero también siempre hemos de denunciar estas actitudes tan negativas. Es casualidad que no sea la primera vez que le sucede a Girish y que hoy, entre trece personas, precisamente sea a él, el único diferente, al que le cobran de más por error.
Se está muy bien en la terraza del chiringuito, único lugar de encuentro de Casasola, pero Tudela nos espera. Esta urbanización, como otras muchas, ejerce de lugar de dormitorio, sin “alma”, es mi opinión, en las que prima el individualismo, como si de un archipiélago de islas minúsculas se tratara.
El reloj no se detiene, son las once y media cuando dejamos Casasola. La empinada cuesta que une el valle del Esgueva con el páramo se muestra amenazante. Las “Caminantes” no nos arrugamos. Retos más difíciles superamos con éxito. Lentamente, paso a paso, ascendemos por el camino blanquecino y empinado. Como recompensa se abre el horizonte y aparecen a nuestros pies las poblaciones dispersas, unidas por caminos y bañadas de primavera, por el Valle del Esgueva y del Pisuerga: Renedo de Esgueva; Castronuevo de Esgueva; Cigales; Mucientes; Fuensaldaña; Zaratán; La Flecha; Arroyo de la Encomienda y Valaladolid, “nuestra casa”, en la que se distinguen lugares destacados como: La Catedral y su alta torre coronada por la estatua del Sagrado Corazón; el Clínico con su mole de ladrillo rojizo; el edificio del Duque de Lerma, altivo junto al Pisuerga; el barrio de Berrocal; el de Parquesol con sus altos torreones. El sin número de molinos eólicos, dispersos, a lo lejos, invasores del monte de Torozos . Los Cerros de San Cristóbal y del Águila, desde los que también se puede disfrutar de amplias vistas.
El sonido estridente, afortunadamente breve, de una moto de trial rompe la tranquilidad de la mañana.
Solitarios ciclistas, aferrados a su bicicleta de montaña, luchan sin resuello en busca del páramo, con pedaleo continuo para no perder el equilibrio. Algunas, como premio a su pundonor, les brindamos unos aplausos de ánimo.
Dispersas y felices vamos llegando al páramo, cada una rumiando nuestro esfuerzo, satisfechas por haberlo conseguido. Girish, nuestro fotógrafo oficial, inmortaliza este logro desde diferentes ángulos.
Es mediodía. El camino del páramo nos conduce al valle del Duero. A riesgo de ser pesado, sugiero aligerar algo el paso, superada la empinada cuesta, para que al final no nos acompañen las prisas.
Los campos de cebada, de trigo y de guisantes, con su alegre verdor primaveral, arropan nuestra marcha por el páramo. Algunas se asombran de que, a pesar de la persistente sequía, los campos estén verdes y los árboles florezcan. La naturaleza siempre llevó como bandera su generosidad y su belleza y cada primavera hace gala y realza su esperanza. Esperemos, como ella, que llegue pronto el agua y las cosechas colmen los esfuerzos de quienes viven de la tierra y limpien la atmósfera tan vital para todos. Desde este páramo se perfila la sierra de Madrid y de Segovia, hoy algo difusa por la bruma.
Al final del páramo de nuevo esperamos a las rezagadas. Tudela aparece al fondo del valle pero hay que salvar la distancia, paso a paso, hasta llegar a ella.
Desde este punto se nos abren los horizontes del valle del Duero. Tudela; Traspinedo; Portillo con la silueta de su castillo en el que se puede visitar su sorprendente pozo en el patio de armas; Villabáñez a nuestra izquierda, junto al arroyo Jaramiel. La arboleda del Duero, aún desojada, remarca sus riberas. Los pinares pintan de azul los lejanos horizontes.
Sopla una suave brisa del este. El pequeño pinar, al borde del páramo, deja paso a campos abiertos de cereal entre suaves colinas y laderas que, si la lluvia acompaña, harán de esta bajada una delicia en los meses de mayo y junio, cuando los trigales, ya crecidos, empujados por el viento, se tornan mar y sus olas en continuo vaivén nos envuelven con su paz.
Al fondo, a nuestra izquierda, aparecen las Mamblas, pequeñas colinas, semejantes a dos pechos de mujer, cuyas cimas están cubiertas de pinos. Hace un tiempo había en ellas minas de yeso.
A medida que descendemos hacia el valle, el cultivo de cereal da paso a la remolacha, una de cuyas fincas está siendo regada con aspersores que nos refrescan al pasar, y a otros de verduras y hortalizas. Ya cerca del Canal del Duero vemos alguna finca de espárragos, producto típico de Tudela, en ella varios operarios, parecen extranjeros, van tapando con un plástico los caballetes de las esparragueras. No deja de sorprender que en los trabajos más duros sólo haya extranjeros. Algo así, hace años, sucedía en Alemania, entonces muchos de esos extranjeros eran españoles.
Y así, paso a paso, disfrutando del hermoso día, del campo, de la luz, de la paz que supone perderse por la naturaleza en buena compañía, liberadas de prisas, de tareas rutinarias, muchas de ellas vacías, con sólo lo necesario para saciar la sed y cubrir las pequeñas cantidades de alimento que reparen las calorías consumidas, así, digo, nos plantamos junto al Canal del Duero, pero alejado de ese tramo que cruzaba el Esgueva por debajo, antes de llegar a Casasola.
Aquí, un servidor, animador de Caminantes en este bello domingo, hago una proposición “deshonesta”, ¡Dios me libre!, nada parecido a lo que piensas. Cuando propuse la salida dije que la distancia a recorrer eran unos 17 kilómetros, kilómetro arriba kilómetro abajo tanto da. Pero, llegada la hora de la verdad, había que dejarlo claro.
Desde este punto podemos ir hacia Tudela, les digo, y no nos desviamos de las previsiones. Son más de las 13:30 de la tarde. Un autobús sale a las 17:00, en el cual, en principio, queríamos regresar varias. Hay otro autobús que sale a las 19:15.
La proposición “deshonesta”, aclaro, es que este tramo de Canal del Duero (donde nos encontramos), bonito para mi gusto, hasta su encuentro con el río Duero tiene unos cinco kilómetros. Y otros cinco de vuelta, me preguntan, así es, respondo. Eh ahí el dilema.
Los semblantes rebosan alegría, pero el cansancio no se puede disimular. Para hacer los diez kilómetros que nos quedan y llegar al autobús de las 17 horas habría que aumentar bastante el ritmo que hemos llevado por la mañana, dice Girish en voz alta, y, pensamos muchas. Surge la incertidumbre, lo mismo que nos sucede muchas veces en la vida, ante una encrucijada, hay que tomar una decisión y no mirar atrás, nunca sabremos con exactitud cómo habrían trascurrido nuestras vidas si, en un momento dado, hubiéramos tomado otra decisión que la elegida.
En este caso Amparo no tiene dudas, hace años que no camina tantos kilómetros y se decanta enseguida por ir hacia Tudela. No le importa la hora sino los kilómetros que faltan. Para que no vaya sola, o tal vez por otros motivos, Luis Ignacio opta por acompañarle. Ambas, desde ese punto donde surge el dilema, se desvían hacia Tudela.
El resto, acelerando el paso, tomamos la margen izquierda del canal hacia el río Duero. Caminamos entre la sombra que agradecemos y nos brindan los pinos que nos acompañan a nuestra derecha. Se acaban estos y el canal sigue recto pero los pinos dan paso a chopos, álamos y otros árboles de hoja caduca que aún lucen su desnudez y su ausencia de sombra. La cercanía del agua sigue haciendo agradable caminar a su lado. Vamos dispersos en pequeños grupos y nos pesa la prisa y la incertidumbre si llegaremos al autobús de las 17 horas.
Las de adelante se paran y nos congregamos. Todas coincidimos en que el gran objetivo de Caminantes es disfrutar en armonía y sin prisas. Por tanto, llegados a este punto, decidimos por mayoría que queremos llegar hasta el río Duero pero disfrutando, sin prisas. Eso supone que tomaremos el autobús de las 19:15.
Se acabó la incertidumbre, la tarde es toda nuestra, como el entorno que pisamos. Son casi las 15 horas cuando llegamos al río Duero, donde el Canal de su mismo nombre le sobrevuela en una estructura de hierro. Ha merecido la pena, dicen las que lo ven por primera vez, lo cual me alegra y me alivia.
Girish de nuevo nos hace las fotos pertinentes y, sin tregua, buscamos un lugar tranquilo y entre sobra para reposar y comer, y, si es preciso, echar un poco de siesta. Comemos junto a un motor de riego pero parado. Resulta curioso que su depósito de combustible es la estructura metálica que le sirve de armazón y sostén al carro que lo trasporta.
De sobremesa, comentarios sobre el día primaveral que hemos disfrutado y los lugares nuevos conocidos. Aprovecho para proponer presentar un escrito, dirigido a las autoridades concernientes, solicitando que hagan transitable, para peatones y ciclistas, el tramo de canal que sobrevuela el río Duero a su paso por Tudela. Yo me encargaré de redactarlo y presentarlo a “Caminantes” y, si parece bien, firmarlo y llevarlo donde proceda.
Sin necesidad del aviso de retirada y sin prisas, regresamos hacia Tudela. A ratos se percibe la brisa del ramaje de los chopos. Un Picapinos con su percutor rítmico nos observa desde la copa de un chopo. Los ruiseñores ya entonan sus cánticos primaverales.
Al llegar al arroyo de Jaramiel, Tomás nos propone seguir por su margen derecha para salvar la autovía por debajo y acercarnos a Tudela. Magnífica solución. Ya estamos en Tudela. El Duero traza una amplia curva que abraza por el este al antiguo casco urbano.
El cansancio aflora pero también la satisfacción de la agradable jornada. Junto al Duero, congregadas las once (Amparo y Luis nos esperan en el centro del pueblo), recito el Poema de Gerardo Diego que dice: “Río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja”… como colofón y gratitud de su grata compañía, junto a sus aguas, durante buena parte del día.
Nos congregamos todo el grupo con Amparo y Luis que nos han desplegado dos mesas en la terraza de un bar para despedir el día. Son algo menos de las 18 horas. Relajadas cada una toma lo que le apetece, la mayoría un fresca y abundante cerveza para compensar la falta de bar en la comida. Después de un rato de tertulia, vamos a ver el paseo de la poesía, junto al Duero, la plaza de la iglesia y nos acercamos a la marquesina del autobús veinte minutos antes de su llegada. ¡No queremos quedarnos en tierra!, estamos cansadas, no en vano hemos caminado unos 28 kilómetros.
De vuelta, ya cerca de Valladolid, el sol, redondo y rojo, se esconde por el ocaso. El día toca a su fin. Las participantes de esta feliz jornada deseamos llegar a casa, después de la larga caminata, bueno Girish y Tomás, son la excepción, se apean en la Circular y se van a rematar con un chocolate con churros. ¡Lo que hace la juventud!
Y así fue como, un domingo más, las trece participantes disfrutamos de una jornada primaveral entre Valladolid y Tudela de Duero.
Valladolid 28 de marzo del 2019
Ángel Tejedor Macho
Caminantes 5 PDF-09 (24 de marzo del 2019)
Tudela de Duero from Valladolid: https://www.youtube.com/playlist?list=PL3GJ0LYTkzqb5WscjMhAVkf2Vv0a8OvW3
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